Trece voces del periodismo y la academia debaten si los principios clásicos —verdad, transparencia, independencia— bastan en una era marcada por la IA, la desinformación y la polarización política
La ética periodística ya no es un terreno firme: la irrupción de la inteligencia artificial, la desinformación masiva y un ecosistema político marcado por Trump han puesto en jaque los principios clásicos del oficio. Columbia Journalism Review ha reunido a trece referentes del periodismo y la academia para responder una pregunta urgente: ¿siguen siendo suficientes las viejas normas en este nuevo escenario?
Principios bajo presión
Buscar la verdad, minimizar el daño, ser transparentes, evitar conflictos de interés. Los fundamentos clásicos del oficio periodístico siguen siendo válidos, pero la realidad actual los pone a prueba. La irrupción de la inteligencia artificial, la manipulación política y la erosión del modelo económico han abierto un debate urgente: ¿necesitamos nuevas normas éticas para esta era?
Margaret Sullivan y Julie Gerstein, desde el Craig Newmark Center for Journalism Ethics and Security en Columbia, reunieron en CJR las opiniones de trece periodistas y académicos. El diagnóstico: no hay consenso, pero sí una certeza compartida. La profesión debe repensar sus prácticas si quiere seguir siendo relevante y creíble.
Nuevos dilemas
La inteligencia artificial es uno de los ejes centrales. Tom Rosenstiel defiende la transparencia radical: “No basta con decir que usamos IA; hay que explicar cómo, por qué y qué no haremos con ella”. John Daniszewski (AP) alerta de los deepfakes y la necesidad de reforzar la verificación de imágenes.
El manejo de filtraciones también genera debate. Steve Adler sostiene que no basta con comprobar la autenticidad de los documentos: hay que analizar los motivos del filtrador y explicarlos al público. “La fuente puede ser tan noticia como la información misma”, señala.
Rod Hicks, del St. Louis American, pone el foco en los políticos que mienten de forma sistemática: “Las normas tradicionales no fueron creadas para un presidente como Trump”. Según él, los medios no pueden limitarse a reproducir declaraciones falsas: deben desmontarlas con evidencia.
Lo viejo sigue importando
Frente a quienes reclaman cambios profundos, otros recuerdan la vigencia de las bases. Elena Cherney (WSJ) subraya que limitar el uso de fuentes anónimas protege la credibilidad. Matthew Watkins (Texas Tribune) insiste en que la independencia financiera sigue siendo vital, sobre todo en modelos sin ánimo de lucro: “No puedes permitir que un donante sea demasiado grande para enfadarlo”.
Kelly McBride (Poynter) plantea otro ángulo: la ética no puede discutirse solo entre periodistas. Si no se incluye a las audiencias, las decisiones editoriales pierden legitimidad. El periodismo, recuerda, existe para servir a la sociedad, y esa misión debe guiar cualquier código.
Más allá de la objetividad
Para Joel Simon, la objetividad nunca fue un principio universal, sino una estrategia comercial de otra época. Y Jay Rosen lanza la gran pregunta: si el sistema político no es capaz de frenar la mentira y el autoritarismo, ¿qué deben hacer los periodistas? Su conclusión es clara: “El desafío no es mantenerse en el negocio; es mantenerse en el periodismo”.
Lo que está en juego. El debate recogido por CJR muestra que la ética periodística ya no puede verse como un manual cerrado. La combinación de IA, desinformación y polarización obliga a replantear viejos principios, explicar mejor las decisiones y acercar a las audiencias a la conversación. Solo así el periodismo podrá sostener su papel democrático en un ecosistema cada vez más hostil.