Lo falso es que estemos en la “era de las noticias falsas”

Última portada del periódico News of the World

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Quienes se han referido en forma ligera y superficial a las llamadas “fake news” y aun atribuyen la causa del problema al periodismo, suelen desconocer que estamos en plena transición entre un contrato de comunicación industrial, que caducó, hacia otro informacional que no se ha establecido.

El Diccionario Oxford (que se publica desde 1884) acaba de popularizar el término post-truth como “palabra del año”, por entender que “el adjetivo denota las circunstancias en las cuales los hechos objetivos tienen menos influencia en el estado de la opinión pública que las apelaciones a la emoción y las creencias personales”.

La fundamentación se apoya en una gráfica según la cual entre octubre de 2015 y octubre de 2016 el término fue empleado en forma creciente hasta alcanzar su máximo histórico en este último mes. Y remite a un antecedente de doce años, en el libro de Ralph Keyes, de 2004, The Post-truth Era, quien habría acuñado inicialmente la expresión.

Si bien es evidente que el concepto post-truth se ha utilizado en abundancia y con ligereza abrumadora, no lo es, sin embargo, que se haya establecido el escenario al que alude. Afortunadamente estamos muy lejos de haber arribado a un estado de cosas en que lo verdadero importe menos que lo emotivo o las creencias personales. Lo que ocurre es algo más profundo.

Hablemos de comunicación

Si hablamos del establecimiento de la verdad, o sea de aquello en lo cual la ciudadanía confía como verdadero, no puede prescindirse del análisis de medios, es decir, del papel que cumplen los medios en la producción y distribución de la información sobre los “hechos objetivos”, para utilizar la terminología oxfordiana.

El término “post-truth” (posverdad) pretende caracterizar a la situación en la cual mentiras flagrantes se han viralizado a partir de las redes sociales y finalmente se han declarado como falsedades. Obviamente, el daño que hizo en unas pocas horas la mentira viral, es infinitamente mayor que el modesto desmentido, tardío, ineficaz.

¿Esto nunca había ocurrido antes? Sí, había ocurrido, en múltiples oportunidades a lo largo de la historia bi-centenaria del periodismo, pero ciertamente, no en las dimensiones en que lo hemos vivido en el último período. Y cada vez que ocurrió, le siguió un desmentido, un pedido de disculpas, la asunción del error. Y cuando la disculpa no ocurriera, sobrevino la desaparición del medio responsable. El caso más flagrante y reciente: la desaparición del periódico británico News of the World, fundado en 1843 (ver ilustración más abajo), propiedad del magnate australiano Rupert Murdoch, que pasó de vender millones de copias por edición al cierre abrupto en 2011, luego de un escándalo por escuchas telefónicas ilegales que conmocionó a la opinión británica. Éstas eran las consecuencias para quienes incurrían en transgresiones graves al contrato de comunicación industrial. Sin embargo, las cosas han cambiado en términos radicales y en cierto modo, abruptos.

Es claro que estamos ante un problema de orden diferente. No sólo por el alcance masivo, exponencial de la presunta falsedad expuesta a condiciones de viralización instantánea, sino porque ya no se trata de fenómenos por los cuales pueda responsabilizarse al periodismo en general, o ni siquiera a un medio de referencia, en particular.

Nos encontramos ante algo nuevo, de dimensiones desconocidas, y que no puede entenderse sin recurrir a conceptos teóricos que contribuyan a explicar, hipotéticamente, las nuevas condiciones en que circula la información.

Qué es lo que ha pasado

Algo ha pasado, sin duda. Y determinarlo no será tan fácil como adjudicar la responsabilidad a quienes falsean informaciones. Saldremos de esta situación con actitudes bastante más complejas que emplear una paleta simple de colores en blanco y negro como opciones posibles.

Para decirlo rápidamente, lo que ha ocurrido es que caducó el contrato de comunicación con que nació el ecosistema de medios en plena revolución industrial, durante el siglo XIX. Los primeros medios, como se sabe, fueron los diarios y periódicos impresos. Luego, a comienzos del siglo XX llegarían la radio y el cine y a mediados del siglo XX, la televisión. A lo largo del siglo XIX y XX se fueron estableciendo decenas de miles de soportes –gráficos, radiales, televisivos- muchos de los cuales se fueron constituyendo en referentes de las audiencias, al tiempo que se constituían multimedios que fueron regulados en las sociedades occidentales –con suerte diversa- por leyes y organismos encargados de que no se produjeran concentraciones lesivas contra la libertad de información.

En las sociedades cerradas –por denominar de alguna manera a aquellas sociedades que no se rigen por la institucionalidad republicano democrática, las regulaciones no existen por cuanto en general se trata de sociedades en que la suma del poder la ejerce un individuo o a lo sumo un grupo de individuos. En esas sociedades ni siquiera se plantea la cuestión de la verdad, por lo cual no constituyen parte de nuestro objeto de análisis.

El ecosistema medios –al menos el occidental- es decir, la totalidad de los medios capaces de producir y distribuir libremente información, en el más amplio sentido del término, estableció con sus audiencias un contrato de comunicación que se originó en la sociedad industrial y llegó hasta nuestros días. Era un contrato basado en que los medios que se postulaban para informar y que la sociedad legitimaba para ello, serían los responsables de la circulación de esa misma información. Es decir que deberían filtrar y proporcionar la información considerada de interés público y desechar aquella que a su juicio no revestía interés público o que no ofreciera garantías de veracidad.

Ese contrato –definido sucintamente- acaba de caducar, no porque los medios –sean tradicionales o nuevos- no estén dispuestos a cumplir con su parte del contrato, sino porque ya no pueden hacerlo solos, dados los múltiples cambios que alteraron el escenario en que se originó aquel contrato.

Digamos que hay dos cambios decisivos: el desplazamiento de las audiencias a roles no exclusivamente receptores y el surgimiento de las redes de networking, debido al cual la circulación de información se ha modificado en cantidad y calidad. Estas son las condiciones que han llevado a la caducidad del contrato de comunicación de la era industrial. Esta nueva situación nos condujo al actual estado de las cosas en que prevalece la confusión porque algunos entienden que estamos ante una situación irreversible. No es así. Estamos en una transición y lo que se requiere es un nuevo contrato o si se quiere un nuevo formato de acuerdo para la circulación de la información, del cual deberán formar parte, inevitablemente, los medios de referencia y las redes de networking.

A analizar las nuevas condiciones de la circulación de información, dedicaremos el próximo artículo, a publicarse el miércoles 4 de enero.