Sobre la libertad de expresión: Cassandra, Wyoming y Barbra Streisand

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A mediados de los años cincuenta, la BBC tuvo enormes presiones del gobierno Anthony Eden tras la crisi de Suez. Además, la televisión pública británica veía limitada su oportunidad de analizar las fuertes protestas que se produjeran en el interior del país. Tras la guerra, el Reino Unido tenía su propia ‘ley mordaza’ que ponía límites a los medios de comunicación.

En 2017, Amnistía Internacional ha acusado a España de «restringir la libertad de expresión». Para AI, había múltiples casos que señalaban las «restricciones injustificadas» a los derechos de la libertad de información, expresión y de reunión que a su juicio incluye la reforma del Código Penal y la nueva Ley de Seguridad Ciudadana, conocida como Ley Mordaza.

El catedrático de Derecho Penal de la Universistat de Barcelona, Joan Queralt, advierte que «cuando se dice que la libertad no es un derecho absoluto, la recortamos. Y cuando empezamos a recortarla no existe fin». «El riesgo es subjetivizar las normas. Entonces perdemos la objetividad de la ley. Si cae un avión con un presidente al que tienes manía y dices ‘¡qué bien!’, eres un miserable, pero eso no es delito”, subraya Queralt en declaraciones a El Periódico de Catalunya.

«Cuando se dice que la libertad no es un derecho absoluto, la recortamos. Y cuando empezamos a recortarla no existe fin»

En la actualidad, la crisis de los medios de comunicación también es la de los límites de la libertad de expresión. Hay múltiples ejemplos a los que estamos llegando con paradójica tranquilidad a pesar de la complejidad de los hechos.

Hace unos meses el político catalán Joan Coma fue interrogado por el fiscal Vicente González Mota para adivinar si era delito afirmar que «para hacer una tortilla se debían romper huevos». El interrogatorio de González Mota podría ser un sketch televisivo no fuera porque se trataba de una instancia judicial española. Una paso por el que ya pasaron los titiriteros que mostraron una pancarta con un ‘Gora Alka-ETA’, César Strawberry, vocalista del grupo Def con Dos, o el rapero Valtonyc.

Estas semanas, la tuitera Cassandra ha sido condenada a un año de prisión por mofarse de Carrero Blanco. La Audiencia Nacional considera que los 13 tuits publicados entre 2013 y 2016 constituyen desprecio, deshonra y burla a las víctimas del terrorismo.

Raúl Salazar, humorista gráfico de El Jueves, recuperaba en Twitter un libro de Tip y Coll, titulado Tipycollorgía (publicado en 1984), en el que se publicaba un chiste sobre este político asesinado por ETA: “De todos mis ascensos, el último fue el más rápido”.

No es que mande lo políticamente correcto sino que manda la autocensura. Estos días, además, asistimos a la prevención de muchos periodistas ante lo que se considera advertencias ante el mal gusto. Las tertulias empiezan con muchos presentadores advirtiendo «el mal gusto de los tuits de Cassandra».

Escribe el profesor de Política de la Universidad de Santiago de Compostela, Antón Losada, en eldiario.es que «hay tanta necesidad de distanciarse de Cassandra que no pocos comunicadores se han lanzado al periodismo de investigación, exigiendo explicaciones por una supuesta batería de tuits que se presentan como polémicos, desagradables u ofensivos».

«Hay tanta necesidad de distanciarse de Cassandra que no pocos comunicadores se han lanzado al periodismo de investigación, exigiendo explicaciones por una supuesta batería de tuits que se presentan como polémicos, desagradables u ofensivos»

Ahora le toca el turno al Gran Wyoming y a Dani Mateo. Se ha admitido a trámite una denuncia presentada por una asociación franquista contra los humoristas y presentadores de televisión de El Intermedio (La Sexta) por un chiste sobre el Valle de los Caídos:

«El Valle de los Caídos, alberga la cruz cristiana más grande del mundo, con 200.000 toneladas de peso y 150 metros de altura, el triple de lo que mide la torre de Pisa. Y eso es porque Franco quería que esa cruz se viera de lejos, normal, porque quien va a querer ver esa mierda de cerca»

No deberíamos apuntarnos a teorías conspirativas ni tremendismos. No estamos para compararnos con Turquía, Venezuela o Rusia. Pero tampoco podemos dejar pasar la oportunidad de ver en simples anécdotas los recientes casos.

El hecho es que, cada vez que los medios de comunicación dejan que se trasladen cierta opacidad y u omisión en algunos de estos casos estamos alentando al ‘efecto Streisand’. Cada intento de censura, ocultamiento o silencio mediático fracasa o es contraproducente ante una amplia divulgación por parte de los ciudadanos, recibiendo mayor publicidad y presencia en Internet. En la era de las redes sociales, la legitimidad de los medios de comunicación y su responsabilidad social también se ejerce con mayor transparencia y denuncia. Ya no vale en escudarnos sobre el supuesta mal gusto del humor negro o de un comentario a destiempo.

Sin medios de comunicación no hay democracia pero la democracia también se resiente con medios a medio gas o ahogados por los intereses de su financiadores. La búsqueda de nuevas fórmulas en los modelos de negocio y la lucha contra el clickbait deberían ser objetivos principales del nuevo periodismo.