Fotorreporteros de guerra (7): Kevin Carter
Editor’s Choice #14
Durante estos capítulos sobre los fotorreporteros de guerra hemos señalado cómo las imágenes tomadas en un conflicto podían cambiar la percepción de la contienda, remover conciencias y forzar a gobiernos a mover pieza en pos de la paz. Pero todavía no hemos hablado de como una guerra puede influir en el fotoperiodista que está desplazado y que presencia horrores. ¿Cómo lo supera? ¿Cómo consigue que no le afecte? Gervasio Sánchez, reputado fotoperiodista español galardonado con el premio Nacional de Fotografía y el Ortega y Gasset de periodismo, comenta como lo hace: «Reencontrarme con los que un día fotografié en momentos y lugares de guerra. Saber que han sobrevivido, volver a verles y comprobar que las historias perduran más allá de las imágenes» (Fotógrafos en combate, de Quino Petit – EL PAÍS).
El caso de Kevin Carter (1960-1994) no se concierne específicamente en los fotorreporteros de guerra puesto que la imagen que le permitió ganar un Pulitzer es sobre las hambrunas que había en Sudán. Carter trabajó en una tienda de suplementos para cámaras y se introdujo al fotoperiodismo, primero como fotógrafo de deportes los fines de semana para el Johannesburg Sunday Express. Cuando los disturbios empezaron por arrasar las ciudades negras en 1984, Carter se movió al Johannesburg Star y se unió a los jóvenes reporteros blancos que querían exponer la brutalidad del apartheid. «Se ponían en peligro, fueron arrestados muchas veces, pero nunca renuciaron. Estuvieron literalmente dispuestos a sacrificarse a sí mismos por lo que creían» dijo el fotoperiodista estadounidense James Nachtwey. Se autodenominaron The Bang Bang Club y lo formaban Carter, Joao Silva, Oosterbroek (muerto en un tiroteo) y Greg Marinovich (herido en el mismo ataque en el que muere Oosterbroek). Carter estaba cubriendo la fallida invasión a Bophuthatswana por hombres blancos favorables al apartheid en un intento por proporcionar una patria negra. Se encontró a pocos metros de las ejecuciones sumarias que realizaban policías negros a blancos. «Estando en el fuego cruzado», dijo él, «me preguntaba en cual milisegundo siguiente iba a morir, y cual sería la foto que quedase impresa en el negativo y se pudiera titular ‘La última foto'».
La marihuana, conocida localmente como dagga, es muy común en Sudáfrica. Kevin Carter y muchos otros fotoperiodistas la fumaban habitualmente, en parte para liberar la tensión y en parte para lidiar con los guerrilleros de las calles armados hasta los dientes. Aunque él lo negaba, Carter, al igual que muchos fumadores fuertes de dagga, se introdujeron en algo más peligroso: fumaban la «pipa blanca«, una mezcla de dagga con Mandrax, un tranquilizante prohibido que contenía metacualona. Proveía un golpe intenso e inmediato y luego dejaba al usuario en trance por una hora o dos.
En 1993 Carter se dirigió a la frontera norte con Silva para fotografiar el movimiento rebelde en una zona afectada por la hambruna en Sudán. Después que el avión tomase tierra en Ayod, vagabundeó por los alrededores mientras Silva retrataba a los cooperantes como organizaban la distribución de la comida. Vio a la niña (en un principio siempre se creyó que era una niña pero era un niño que se llamaba Kong Nyong) intentando defecar mientras su madre iba por la comida. El buitre se puso detrás a la espera de la carroña que siempre queda cuando hay distribuciones. La opinión pública no lo entendió y se empezaron a hacer ataques contra el fotógrafo por presenciar la escena y no ayudar. El niño se levantó y fue en busca de su madre en el centro de alimentos. Murió cuatro años después de fiebres.
The New York Times, estaba buscando fotografías de Sudán, compró sus fotos y la publicó el 26 de marzo de 1993. La fotografía inmediatamente se convirtió en icono de la hambruna en África. Disfrutó poco del premio Pulitzer ya que se suicidó inhalando el humo de su camioneta hundido en el río donde iba a jugar de pequeño.
Alberto Rojas y Luis Nuñez, dos periodistas del diario EL MUNDO se desplazaron a Sudán para vivir sobre el terreno la escena de la fotografía y contactar con las gentes y familiares del pequeño. En el vídeo realizado que puede verse recogen testimonios de Judith Matloff que comenta como Kevin sufría a menudo depresiones, tomaba drogas y hacía fantasías con la idea de suicidarse casi diez años antes de que lo hiciera. Muy interesantes son las reflexiones del fotógrafo Luis Davilla que puntualiza un aspecto sobre su trabajo en zonas de conflicto: «Los niños se morían a decenas. ¿Que puede hacer un fotoperiodista? Para ayudarles ya están los cooperantes y las organizaciones. Tú vas a documentar aquello» . Asimismo, Jose Mª Arenzana, periodista, comprende la acción de Kevin Carter de disparar la fotografía y alejarse del lugar.
Sólo los fotógrafos que han vivido y sufrido en zonas de guerra entienden la actitud de Kevin Carter frente la escena. Gervasio Sánchez da en el clavo: «Se generó un debate moral y ético de gente que no sabe como es esta profesión, cuando lo realmente importante era la hambruna que azotaba el país africano».
¿Sirvió para que los gobiernos del mundo occidental tomaran cartas en el asunto? ¿Se erradicó la hambruna en Sudán? Posiblemente no. Pero se puso en el mapa, se habló de ello, se valoró el trabajo de los fotoperiodistas y quedó para siempre documentado.
Muy buen texto, aunque El Mundo dice que el niño murió 14 años después: http://www.elmundo.es/elmundo/2011/02/18/comunicacion/1298054483.html