La crisis de las mal llamadas “fake news” no pertenece al periodismo
Los periodistas no tienen por qué hacerse cargo del caso de las llamadas fake news. El problema de fondo consiste en que todavía no sabemos cómo manejarnos en un escenario de redes y pertenece al campo de la comunicación. En cuanto a lo específico, acerca del tipo de mentiras y rumores que se viralizan, la explicación debería llegar desde la comunicación política.
Que se las llame “noticias falsas” ya es un contrasentido. Si son falsas no pueden ser noticias. La noticia es un género periodístico, y por tanto, su edición, implica decisiones previas; por ejemplo, que un editor atribuya a un acontecimiento, las características que constituyen una noticia (novedad, interés público, proximidad, alcance, etc.). Es a partir de ello y sólo de ello que se destinarán recursos y tiempo a producir una noticia.
Difícilmente un editor –a menos que dirija el diario único de un país totalitario y pueda prescindir del concepto de verdad- decida transmitir como verdadero algo falso, y mucho menos, algo tan ostensiblemente falso como los patéticos contenidos que se han rotulado como “fake news”. ¿Qué periodista en su sano juicio editaría una información a sabiendas de que a las pocas horas deberá admitir su falsedad? No es de recibo. En el periodismo las cosas no funcionan así. Lo llamativo es que desde el periodismo no se haya discutido el concepto. Como sostuve en el artículo anterior, en periodismo, la mentira se paga, y por lo general, en términos onerosos.
¿Por qué razón entonces, esta plaga de las falsas historias se carga en la cuenta del periodismo? Optaré por desechar intencionalidades y me inclinaré a pensar que ha sido por comodidad, facilismo, y en definitiva, la humana tentación de pensar poco y utilizar la ligereza persuasiva del eslogan. Este artículo se propone demostrar que la crisis de las “fake news” no pertenece al campo del periodismo.
El periodismo no tiene por qué hacerse cargo
En mi artículo anterior ubiqué la epidemia de mensajes de propaganda falsos, en el marco amplio del contrato de comunicación industrial que ha caducado y el advenimiento de un complejo escenario de transición hacia un nuevo contrato de comunicación informacional que aun no se ha configurado. Ahora pretendo discutir el propio hecho de que esta plaga de la comunicación se haya endosado al subcampo disciplinar del periodismo.
No interesa a los efectos de este artículo, determinar si la campaña de mentiras influyó en los triunfos del Brexit en el Reino Unido y de Donald Trump en las elecciones de los EE.UU. Quienes hayan incurrido en esas prácticas, ya sea desde la ingenuidad, o el cálculo más perverso y delictivo, pusieron a prueba los mecanismos de circulación de textos del siglo XXI. Y éste será un análisis que nos deben los expertos en comunicación política y organizacional, que son quienes estudian los mecanismos de la persuasión, sus restricciones y sus posibles excesos.
En medio de la confusión debido a la transición en el campo de la comunicación, existe una rara unanimidad en atribuir los problemas al periodismo. Aun los propios periodistas parecen ubicarse a la defensiva, como si la llamada “posverdad” se hubiera impuesto y las creencias o “lo que me conviene creer” fuera a sustituir a la construcción social de la información.
Obviamente el periodismo sigue siendo un subcampo clave de la comunicación. Sin discurso de la información difícilmente tendríamos democracias sólidas; incluso las sociedades modernas, que se completaron con el surgimiento simultáneo de ciudades y diarios, serían impensables sin periodismo y periodistas.
¿De qué hablamos cuando hablamos de “fake news”?
Buena parte de la confusión en torno a la situación del periodismo se debe a la incomprensión de las dificultades de un modelo industrial de negocios obsoleto frente a las nuevas condiciones que favorecen a los emprendimientos en red. La crisis, a veces terminal de grandes empresas de la comunicación que no supieron reposicionarse en la nueva realidad, no debería oscurecer el surgimiento de multitud de pequeños emprendimientos, en buena parte exitosos, que intentan situarse en el nuevo ecosistema de medios.
Si a esta proliferación de emisores se suma la actitud proactiva de las nuevas audiencias, que en minorías significativas se incorporan a la generación informativa, se obtiene un escenario mediático, altamente dinámico pero fuera de control, que se establece como marco de esta crisis de las mentiras virales que se multiplican en un amplio abanico de casos difícilmente resumibles en una definición única.
Por ejemplo, puede mencionarse el caso de dos blogueros irresponsables como los señalados en esta crónica de The New York Times, según la cual, un georgiano (de la ex república soviética de Georgia, capital Tbilisi) y un canadiense, descubrieron que decir cualquier cosa acerca de Trump les aportaba clics y los clics, a su vez les aportaban avisos e ingresos. Más que con el periodismo, la actitud delictiva de estos dos oportunistas, tiene que ver con unas condiciones de la circulación de textos en descontrol.
Por su parte, el decano de la facultad de periodismo de Columbia, Steve Coll, denunció en esta entrevista de El País de Madrid, que “algunos periodistas (que cubrían los actos de Trump) fueron vetados y humillados, otros que cubrían mitines eran señalados para recibir el escarnio de la multitud. Y ahora el examen de conciencia ha llevado a muchos, retrospectivamente, a subrayar la prevalencia de noticias falsas fabricadas por medios de la llamada ‘alt-right’ (derecha alternativa), que se han difundido sin freno en las redes sociales”.
Esta denuncia del decano de Columbia, acerca de campañas de comunicación deliberadamente falsas de la llamada derecha alternativa ¿qué tiene que ver con el periodismo? ¿No está más próxima a la comunicación política? De la peor especie, obviamente, pero lleva toda la carga y la intención de lo propagandístico. No hay la más mínima intención de aportar una información o un saber. Muy por el contrario, los periodistas han sido víctimas de esta forma fraudulenta de abordar la comunicación.
Por su parte el londinense The Guardian, publicó el 2 de diciembre este artículo titulado: “Fake news: una tendencia insidiosa que ya se transformó en un problema global” y aporta ejemplos como la campaña de rumores delirantes que vinculan a la Canciller alemana Angela Merkel con la policía secreta de Alemania del Este, Stasi, o que sugieren que ella es hija de Adolf Hitler.
Obviamente las elecciones germanas, donde Merkel se juega una nueva reelección en una fecha de 2017 aun no determinada pero que no irá más allá de octubre, serán relevantes para el futuro de Europa y la estabilidad global. Pero una campaña de rumores del tipo que menciona The Guardian, ¿puede tener alguna relación con el periodismo? ¿Por qué entonces ubicar el “fake news” nada menos que en el título?
Hace mucho que periodismo y los medios dejaron de ser lo mismo
Esta crisis no le pertenece al periodismo, pero quizá se le atribuya debido a la tradición de que los medios gráficos fueran los primeros vehículos que organizaron la circulación de textos. Podría ser, pero medios y periodismo dejaron de ser sinónimos al menos desde la aparición de la radio. Terminar con esa sinonimia parece tener relieve para la adecuada comprensión de esta crisis de las historias falsas que circulan sin control y poseen capacidad viral en razón inversamente proporcional a su veracidad.
Es evidente que el discurso publicitario, por ejemplo, ya no se enuncia exclusivamente a través de los medios tradicionales –ese pacto fundacional que vinculó a la publicidad con los diarios y luego con la radio y la televisión, ya caducó- y tiene desde hace varias décadas, vías propias, las más eficaces de las cuales son hoy los nuevos medios e influencers a través de las redes sociales.
Como señala Patrick Charaudeau, “el discurso informativo y el discurso propagandístico (que incluye tanto el “publicitario” como el “político”) tienen en común el hecho de estar particularmente centrados en el destinatario. El segundo para seducirlo o persuadirlo, y el primero, para transmitirle saber” (Charaudeau, El discurso de la información, 2003:69).
De modo que el caso de las mal llamadas fake news no tiene puntos de contacto con lo informativo ni con el discurso de la información, sino con formas propagandísticas maliciosas, aberrantes. Y probablemente, si en lugar de fake news, se las hubiera rotulado “fake publicities” o “false advertising”, se hubieran alzado algunas voces airadas; las mismas que echo en falta en el periodismo, que ha quedado embretado intentando explicar una crisis ajena para la cual no tiene, ni tiene por qué tener una solución.